viernes, 18 de marzo de 2016

Moral y Muerte

MORAL Y MUERTE

Antonio Baeza, E. B. (2016)


La moral mata. Digase esto a partir de la idea de que ella impide una deriva infructuosa en la que, sin planearlo ni lograrlo, tenemos esperanza y cierta probabilidad de encontrar "maestros", "amigos", "herramientas" o, sobre todo, "refugios". Pero, como en un cuento de horror europeo, donde el bosque es hogar de belleza pero también de peligros -se entiende en una cosmovisión que promueve la vida urbana hace siglos; capitalismo-, tales refugios, cabañas de madera que guarecen de la nieve de las inclemencias, deben ser abandonados luego de un rato. Si no, los lobos pueden localizarte. O los cazadores psicópatas. La muerte, en primer lugar. La mala locura, en segundo lugar y tal vez. Permanecer es mantenerse detectable. El criminal que es localizado por vía telefónica por los policías debe moverse para no ser arrestado. Y sí, la moral impide esta vital nomadía. La policía, de hecho, siempre usará nuestra quietud como ventaja para su búsqueda o su vigilancia. Toda policía: La uniformada y la que vive en alguna lujosa oficina dentro del despacho de nuestra mente.

Los oasis pueden convertirse, fácilmente, en oasis de horror. Según Roberto Bolaño, podrían tender hacia eso. Es lo que plantea a partir de leer la poesía francesa del siglo XIX, de un fragmento de Baudelaire. Una de las galas de tal movimiento literario consistía, precisamente, en pensar en lanzarse en la deriva que impide la moral. No sé si se lanzaron o, en realidad, lamentaron las nulas seguridades que eso ofrecía, las inexistentes promesas sólidas de encontrar algo que les agrade. Se abre una molesta conjetura: Si se busca agrado, se encuentra desagrado. Si se busca desagrado, se encuentra agrado. Si se encuentra lo que se busca, muere la poesía. Si no se encuentra ni se busca nada, logra vida eterna la hipocresía. Aunque no tengamos idea alguna de la identidad de lo que se busca, siempre se busca algo. Y no vengan con mentiras sin arte. Si van a mentir, inventen algo bueno.

Bueno, la búsqueda caótica es lo que la moral reprime. Por eso los artistas, los creadores, son perseguidos en las dictaduras y en todo régimen injusto, a pesar de que sean absolutamente inútiles con las armas, flácidos para agarrarse a combos, cobardes como gallinas ante las piedras, asegurados y hedonistas como quien busca mantenerse con vida para seguir siendo nómades en su actividad creadora. El cardenal y el dictador se unen, precisamente, en la moral, pues la búsqueda caótica es el impulso humano capital de liberación. Y si alguien le vende que logró en su ciudad o en su país tal liberación o, peor aún, "la" liberación, dele un palmetazo. Lo diré entre signos de exclamación: ¡La Liberación es Nómade! Y le puse mayúsculas para darle la mayor potencia posible. Se supone que son elementos de la escritura que tratan de simbolizar lo que uno, en la oralidad, gritaría o remarcaría. Lo diré ahora con un poco más de calma para seguir con el tema: La liberación es nómade. Si usted arma con otros una revolución en su país y vence al tirano, instalando un nuevo orden, lo felicitaré y lo admiraré. Pero usted ya no es ahí un libertador. Usted, junto con sus compañeros, lo fue. Y liberar a su pueblo no es quitarle su verdugo, es lograr que quieran derribarlo. La liberación ocurre cuando se abandona la moral, no cuando se funda una nueva. Cuando el ser humano es capaz de arrojarse a la acción sin mirar nada más que un horizonte, no importando incluso la vida, porque ella ya no es vida, sino que muerte lúcida. La liberación es abandonar, no conquistar. Es dejarlo todo por nada, renunciar a vivir para lograr vivir.

La moral es la supresión de la ética. Es un mandato que, en su existir mismo, implica suponer que sus súbditos carecen de todo criterio, bondad o, incluso, humanidad. Se trata del mandato que se exige a sí mismo cual si nada debiera darse a cambio, a reciprocidad. Sí, la palabra "reciprocidad" es necesaria en tiempos en que la expresión "a cambio" ha sido secuestrada por la boca del mercado y nos lleva a todos a concebir que todo "intercambio" es "comercio". La moral exige el cumplimiento del deber sólo por el deber, al estilo de la máxima kantiana. Exige la reacción correcta y castiga cualquier otra. Aunque el sistema de transportes de tu ciudad sea una mierda, debes pagar igual el pasaje. Será "moral" hacerlo. Será, por tanto, inmoral negarte a pagarlo. La ética liberada de la moral definirá si se paga o no el pasaje de acuerdo a su soberana consideración de la situación y, generalmente, el fenómeno ético es un encuentro, una serie o árbol de gestos que se responden unos a otros a partir de la valoración que ofrecen cada uno de ellos. No seria descabellado poner sobre la mesa una frase tan atrevida como la siguiente: Sólo sin moral hay justicia.

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