LA ACADEMIA COMO INDUSTRIA
Extracto del libro La Apropiación del Intelecto (2015) de Antonio Baeza, E. B.
Se trata, probablemente, de la manifestación más explícita del
acaparamiento de la licencia para ejercer el intelecto, dado que allí,
en la Academia, convergen tanto los investigadores e intelectuales
-propiamente llamados "académicos"- que cuentan con una certificación
valorada oficialmente como, sobre todo, los modos en que se investiga y
se llega a determinadas conclusiones.
Es un lugar que se declara
'residencia' del saber, alegando y haciendo privada la legitimidad que
el espacio dentro de sus propias paredes -materiales y simbólicas- tiene
y "debe tener" respecto a la acción misma de plantear explicaciones,
conclusiones y modos de actuar. Se ha llegado a considerar, incluso,
en el silencio ruidoso de lo tácito, que un planteamiento respecto a
determinado tema sòlo tendrà validez en cuanto se acerque a los modos de
la Academia y sea aceptado por ella.
Y ser "aceptado por la Academia" no es sino ser aceptado por una red de personas -y
no tanto una red de prácticas, como en el caso del Estado- quienes,
habiendo pasado el proceso de postulaciòn a la aceptación anteriormente
-generalmente, dedicados a agradar al académico que les dará la entrada a
tal espacio, servilmente, pasando las penas del infierno si fuese
necesario-, adoptan luego el papel de jueces reguladores del acceso a lo
que opera, prácticamente, como un club secreto o una logia. No es
extraño que la masonería maneje importantes nichos académicos como, por
ejemplo, la Universidad de Chile, ya sea porque los modos de la Academia
se acoplen muy bien a los suyos o, incluso, porque la masonería misma
haya contribuido a formar Academia durante varios siglos.
Es muy común escuchar que "la Academia produce conocimiento". Se asume,
de manera inmediata, su carácter de industria, aunque el producto ha de
discutirse, pues no podemos estar seguros de que, en primer lugar, sea
"conocimiento" lo que se produce y, en segundo lugar, que el
"conocimiento" pueda ser "producido". La imagen de la 'fuente del
conocimiento', descrita al inicio del libro, es una ilusiòn clave en la
des-apropiación, promotora de la idea de que el "conocimiento" -que se
distingue de "conocer" al ser expresado como objeto y no como acción-
puede hallarse 'situado'. De hecho, lo que la Academia llama
"conocimiento" es, precisamente, un conjunto de objetos que sì son
producidos a escala industrial y con obtusos "controles de calidad".
Esos objetos son los estudios, sean artìculos, papers, ponencias o
libros que cobran existencia a partir de la utilidad que el conglomerado
institucional -Estado, mercado y otros- puede evaluar y
obtener de ellos. Lo que se financiará y/o patrocinará -porque no se
necesita sólo fondos de dinero, sino que la aprobación de las personas
de la Academia- para poder ser estudiado no nace, necesariamente, de la
curiosidad pura de quien investiga; de hecho, es aquella curiosidad la
que se ve obligada a acoplarse a las opciones disponibles a ser
financiadas y/o patrocinadas.
La Academia produce estudios, pero a encargo del conglomerado institucional.
Por eso es tan comùn ver grandiosas facultades de economía, de
ingeniería y de derecho, así como lujosas y taquilleras consultoras
privadas dedicadas a tales temas. Les siguen salud -un lucrativo
negocio- y el sector silvoagropecuario, con educaciòn algo màs abajo.
Las inversiones en filosofìa, humanidades o arte, bajísimas aunque
existentes, parecieran ser el pretexto que permite negar,
infructuosamente, tal encargo.
No resulta tan sorprendente afirmar que la Academia es una industria
altamente jerarquizada, incluso llegando a volver cotidiano el uso de
los grados académicos cual títulos de nobleza. Lo especialmente crítico
es el modo de valoración y distinción que este sistema propone a las
sociedades, pues promueve un hábito sostenido de asignar valores
asimétricos a las personas de acuerdo a su certificación educacional. Su
acaparamiento de la licencia para ejercer el intelecto, con la
consecuente des-apropiación en la población, ha llegado a tal nivel de
penetración y violación del sentido común que se ha vuelto tradicional
que las mismas personas fuera de la Academia, en el vivir diario, miran
bien al "profesional" y mucho mejor al "magìster" o al "doctor",
mientras ya desprecian un poco al "técnico", más al que "llegó sólo" a
terminar la educación secundaria y, finalmente, sienten lástima por
quien "no terminó el colegio", erigido como "deber básico" de un ser
"civilizado". Muchos suelen, además, ubicar su caso personal en esta
escala y asignarse valor de acuerdo a ello. Se trata de un auténtico
"fascismo academicista", usado muchas veces para ofender a otros humanos
o grupos. Es un conjunto de ladrillos disponibles para armar una pared
de prejuicios que, al provenir de la nodriza Academia, se vuelven
incuestionables.
El carácter de industria de la Academia es tan categórico que, incluso,
se llega a validar y justificar acciones y modos que corrompen el “amor
al saber” declarado. Escritores fantasmas que, inexplicablemente,
publican 100 artículos científicos en un año -frecuentemente
relacionados con laboratorios farmacéuticos u otras áreas de extremo
poder económico- o oscuras mafias y rencillas que suelen darse dentro de
las facultades de universidades públicas. Una constante guerra por la
notoriedad y un apego soberbio a las propias ideas como defensa ansiosa
de un ego enaltecido por la posición alcanzada dentro de la vorágine
jerarquizada. Lo curioso es que, sobre todo desde los espacios
académicos dedicados a las humanidades y las “ciencias sociales”, se
despachan altas críticas a la nube de aspectos que describen y rigen lo
empresarial y corporativo.
Más allá de lo que se corrompe, es preciso abordar aquello que sí es
reconocido y jamás cuestionado. No es del interés de este libro proponer
una “reparación” de la Academia, dado que los aspectos críticos no
corresponden a lo que se ha “desviado” del “espíritu académico” -más
allá de que sí es necesario mencionarlo como fenómeno propio de lo
industrial- sino que a los principios, fundamentos y prácticas
capitales. La Academia, en sí misma, nace a partir de la distinción, selección, separación y asunción de una elite intelectual.
En lo respectivo a la apropiación del intelecto, es la entidad que la
combate de manera más directa y explícita, aunque sin la minuciosidad de
la Escuela ni el peso del Estado. El distintivo de opresión de la Academia es, en particular, la pretensión de verdad.
Por ello, lo que nos oprime no son sus heridas, sino que su sangre
misma. La técnica tiene también un papel central aquí, aunque la
instrumentalización es de carácter más cíclico que en el Estado, donde
se da de manera vertical. En la Academia, la persona se vuelve
herramienta de nadie en particular, asumiendo ello, más bien, como
requisito para ser considerado parte y miembro digno. Sí, hay
encargo del conglomerado industrial, pero el académico no se vuelve
herramienta directa de quien contrata los servicios académicos. Su
método responde a la necesidad de ser validado en el espacio interno de
la Academia. Si extrapolamos esto a una red, observaremos una trama de
validaciones y desprecios cuya ley de referencia es la técnica y que
responden a una espiral donde la Academia se esfuerza por convencerse
a sí misma sobre sí misma por medio de la uniformidad de métodos y la
valoración asimétrica entre distintas certificaciones. Es una burbuja que, sin embargo, contagia a las sociedades su amor por la consideración desigual de las personas y las ideas.