viernes, 13 de febrero de 2015

La Academia como Industria, un extracto

LA ACADEMIA COMO INDUSTRIA

Extracto del libro La Apropiación del Intelecto (2015) de Antonio Baeza, E. B. 


Se trata, probablemente, de la manifestación más explícita del acaparamiento de la licencia para ejercer el intelecto, dado que allí, en la Academia, convergen tanto los investigadores e intelectuales -propiamente llamados "académicos"- que cuentan con una certificación valorada oficialmente como, sobre todo, los modos en que se investiga y se llega a determinadas conclusiones. Es un lugar que se declara 'residencia' del saber, alegando y haciendo privada la legitimidad que el espacio dentro de sus propias paredes -materiales y simbólicas- tiene y "debe tener" respecto a la acción misma de plantear explicaciones, conclusiones y modos de actuar. Se ha llegado a considerar, incluso, en el silencio ruidoso de lo tácito, que un planteamiento respecto a determinado tema sòlo tendrà validez en cuanto se acerque a los modos de la Academia y sea aceptado por ella. Y ser "aceptado por la Academia" no es sino ser aceptado por una red de personas -y no tanto una red de prácticas, como en el caso del Estado- quienes, habiendo pasado el proceso de postulaciòn a la aceptación anteriormente -generalmente, dedicados a agradar al académico que les dará la entrada a tal espacio, servilmente, pasando las penas del infierno si fuese necesario-, adoptan luego el papel de jueces reguladores del acceso a lo que opera, prácticamente, como un club secreto o una logia. No es extraño que la masonería maneje importantes nichos académicos como, por ejemplo, la Universidad de Chile, ya sea porque los modos de la Academia se acoplen muy bien a los suyos o, incluso, porque la masonería misma haya contribuido a formar Academia durante varios siglos.


Es muy común escuchar que "la Academia produce conocimiento". Se asume, de manera inmediata, su carácter de industria, aunque el producto ha de discutirse, pues no podemos estar seguros de que, en primer lugar, sea "conocimiento" lo que se produce y, en segundo lugar, que el "conocimiento" pueda ser "producido". La imagen de la 'fuente del conocimiento', descrita al inicio del libro, es una ilusiòn clave en la des-apropiación, promotora de la idea de que el "conocimiento" -que se distingue de "conocer" al ser expresado como objeto y no como acción- puede hallarse 'situado'. De hecho, lo que la Academia llama "conocimiento" es, precisamente, un conjunto de objetos que sì son producidos a escala industrial y con obtusos "controles de calidad". Esos objetos son los estudios, sean artìculos, papers, ponencias o libros que cobran existencia a partir de la utilidad que el conglomerado institucional -Estado, mercado y otros- puede evaluar y obtener de ellos. Lo que se financiará y/o patrocinará -porque no se necesita sólo fondos de dinero, sino que la aprobación de las personas de la Academia- para poder ser estudiado no nace, necesariamente, de la curiosidad pura de quien investiga; de hecho, es aquella curiosidad la que se ve obligada a acoplarse a las opciones disponibles a ser financiadas y/o patrocinadas. La Academia produce estudios, pero a encargo del conglomerado institucional. Por eso es tan comùn ver grandiosas facultades de economía, de ingeniería y de derecho, así como lujosas y taquilleras consultoras privadas dedicadas a tales temas. Les siguen salud -un lucrativo negocio- y el sector silvoagropecuario, con educaciòn algo màs abajo. Las inversiones en filosofìa, humanidades o arte, bajísimas aunque existentes, parecieran ser el pretexto que permite negar, infructuosamente, tal encargo.

No resulta tan sorprendente afirmar que la Academia es una industria altamente jerarquizada, incluso llegando a volver cotidiano el uso de los grados académicos cual títulos de nobleza. Lo especialmente crítico es el modo de valoración y distinción que este sistema propone a las sociedades, pues promueve un hábito sostenido de asignar valores asimétricos a las personas de acuerdo a su certificación educacional. Su acaparamiento de la licencia para ejercer el intelecto, con la consecuente des-apropiación en la población, ha llegado a tal nivel de penetración y violación del sentido común que se ha vuelto tradicional que las mismas personas fuera de la Academia, en el vivir diario, miran bien al "profesional" y mucho mejor al "magìster" o al "doctor", mientras ya desprecian un poco al "técnico", más al que "llegó sólo" a terminar la educación secundaria y, finalmente, sienten lástima por quien "no terminó el colegio", erigido como "deber básico" de un ser "civilizado". Muchos suelen, además, ubicar su caso personal en esta escala y asignarse valor de acuerdo a ello. Se trata de un auténtico "fascismo academicista", usado muchas veces para ofender a otros humanos o grupos. Es un conjunto de ladrillos disponibles para armar una pared de prejuicios que, al provenir de la nodriza Academia, se vuelven incuestionables. 

El carácter de industria de la Academia es tan categórico que, incluso, se llega a validar y justificar acciones y modos que corrompen el “amor al saber” declarado. Escritores fantasmas que, inexplicablemente, publican 100 artículos científicos en un año -frecuentemente relacionados con laboratorios farmacéuticos u otras áreas de extremo poder económico- o oscuras mafias y rencillas que suelen darse dentro de las facultades de universidades públicas. Una constante guerra por la notoriedad y un apego soberbio a las propias ideas como defensa ansiosa de un ego enaltecido por la posición alcanzada dentro de la vorágine jerarquizada. Lo curioso es que, sobre todo desde los espacios académicos dedicados a las humanidades y las “ciencias sociales”, se despachan altas críticas a la nube de aspectos que describen y rigen lo empresarial y corporativo. 

 Más allá de lo que se corrompe, es preciso abordar aquello que sí es reconocido y jamás cuestionado. No es del interés de este libro proponer una “reparación” de la Academia, dado que los aspectos críticos no corresponden a lo que se ha “desviado” del “espíritu académico” -más allá de que sí es necesario mencionarlo como fenómeno propio de lo industrial- sino que a los principios, fundamentos y prácticas capitales. La Academia, en sí misma, nace a partir de la distinción, selección, separación y asunción de una elite intelectual. En lo respectivo a la apropiación del intelecto, es la entidad que la combate de manera más directa y explícita, aunque sin la minuciosidad de la Escuela ni el peso del Estado. El distintivo de opresión de la Academia es, en particular, la pretensión de verdad. Por ello, lo que nos oprime no son sus heridas, sino que su sangre misma. La técnica tiene también un papel central aquí, aunque la instrumentalización es de carácter más cíclico que en el Estado, donde se da de manera vertical. En la Academia, la persona se vuelve herramienta de nadie en particular, asumiendo ello, más bien, como requisito para ser considerado parte y miembro digno. Sí, hay encargo del conglomerado industrial, pero el académico no se vuelve herramienta directa de quien contrata los servicios académicos. Su método responde a la necesidad de ser validado en el espacio interno de la Academia. Si extrapolamos esto a una red, observaremos una trama de validaciones y desprecios cuya ley de referencia es la técnica y que responden a una espiral donde la Academia se esfuerza por convencerse a sí misma sobre sí misma por medio de la uniformidad de métodos y la valoración asimétrica entre distintas certificaciones. Es una burbuja que, sin embargo, contagia a las sociedades su amor por la consideración desigual de las personas y las ideas.

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