jueves, 25 de abril de 2024

El samurai cachaña

 SAMURAI CACHAÑA


Por Antonio Baeza Henríquez "Galgo", escritor bestia, 2022



Usualmente el samurai cachaña camina por los senderos de tractores dentro de los campos mientras algunas moscas horribles -porque las hay que no lo son tanto- beben en festín la sangre que aún permanece en la hoja afilada de la katana con mango de pellín que hace poco a algún cristiano arrebató el hilo que amarra el cuerpo al alma. Dicen en Comala los finaos que ese hilo de sangre amarra el alma al corazón pero, desde mi estadía en Mata Cuadrada, República del Ñuble,  me inclino a creer más bien que se trata de puntos descosidos que el ángel de la muerte, pésimo cirujano, quitó sin pulcritud de la sutura entre lo anímico y el hígado. Si el asesinado es borracho, en buenahora se puede colar el hígado desvinculado del alma para ver cuántos mililitros de alcohol se alcanza a rescatar. Lleva una cantimplora de músculo, de hecho, el samurai cachaña. Que no se diga que mata porque sí, porque en realidad mata porque no. Ante el ‘talvez’, sigue su camino. Ante el vino, saca una caña de vidrio y, una que otra vez, llora. Si lo ves llorar y lo consuelas, te pide vino. Si tienes vino, te pide. Si no, te mata. Si no le das luego de que te pidió, te mata. Si lo ves llorar y no lo consuelas, te mata. El samurai cachaña dejó la piedad en un río el otro día y se la robaron. La misericordia se la sacaron de la bodega y cuando pilló al ladrón lo insultó tanto que a puras chuchás lo asesinó. Pero un retorcido honor conserva en su doctrina: Al matar a alguien, escribe un poema sobre su piel, no usando sangre como tinta sino que tinta como sangre que se le sale de las venas en versos que lloran cómo la anaranjada y amarilla tarde quema la triste escena que los titiriteros de la voluntad imprimen para regocijarse con la crueldad, gore de los dioses, o como se llamen. 


Cierta vez el samurai cachaña iba rápido corriendo hacia el pueblo con el puño de la mano izquierda constantemente apuntando hacia arriba para que pudiera verlo cualquier camioneta, carreta de bueyes o caballo. Con o sin jinete. Si el jinete se resiste, muere. Si no, puede volverse un muy buen amigo. Así pasó esa tarde amarilla y anaranjada de ardiente reflejo de sol en los pastos secos. Catrihuanca justo venía en un carreta tirada por tres caballos, montado en uno y arreando otros dos que iban supervisados por unos lazos. Venía raja durmiendo tanto vino y una cajetilla de cigarros Fox le acompañaba en el asiento, con dos cilindros saliéndose. Traía además un ganso en un saco, con el cuello hacia afuera, en silencio mirando cual si se hubiera inyectado un libro de Camus, posando en esta pintura de Rugendas junto a una chuica llena de algo que parece vino pero que, si nos acercamos, se hace notar como lo que es: Cebollas en escabeche. Y eso se fue comiendo el samurai cachaña junto a su amigo, con quien iba dialogando mientras se puso cuatro cigarros prendidos en la jeta acompañados obviamente de una cañita de vino, una de plástico con flores, facilitada por su esposa María Garrido que la compró en el mall chino de El Carmen, centro urbano más cercano. 


Samurai cachaña en texto normal. Catrihuanca en cursivas.


Oiga qué está bueno el vino amigo ¿de donde lo sacó, es de casa o es de fábrica?


Noooo ese es de la finca e Manolo que sacó hace poco cosechó hace poco hartos barriles y los vendieron de hecho que andaba una gente con colosos grandes con los camiones y asi “que bueno” ijo manolo “que me fue bien con esta tirá que dejó harta chamba y lléese todo el vino que quiera Catrihuanca que hay pa bañar yeguas y un par de elefantes incluso” (risas) aaah que siempre anda con talla Manolo y nooo está muy bonita la casa que tiene oiga, harto patio, tiene unos perritos bien bonitos nuevecitos qwue ahi juegan con los nietos o los sobrinos que son parece que vienen a descansar acá no sé si de Chillán o no sé, pero que bonita la casa del hombre.


Huuuu! es que el vino de esta zona es más dulcecito que cualquier otro opino, dulcecito y curaor también por supuesto, pero todos curan, este cura mejor el paladar ¿me entiende? 


Claaro el paladar que le hace muy weno ¿no?


Señor, tengo que decirle algo. Maté a alguien (silencio, ocho segundos). Disculpe que se lo diga pero tenía que decirle la firme y le digo: Maté a una persona hace un rato, allá en el bajo, vengo de esa pega. O más que pega, era un trámite muy necesario. 


(silencio de 4 segundos) No gancho si con que no me mate a mí yo no tengo problema (risa nerviosa), mate a quien quiera, oiga ¿y usté mata pa’ comer? ¿Se come a los finaos después o qué hace?


(risas; se relajan ambos) Nooo, yo no me los como, cómo se le ocurre, igual no le hago asco en caso de hambre, pero en este caso no es que me los coma sino que tenían simplemente que morir y a mí me toca matarlos. Mire, los cadáveres luego yo los someto a un ritual bien bonito: Les escribo un poema sobre su piel, les amaso con un aceite especial que los deja con un buen aroma y vuelve mucho más lenta la pudrición, lo envuelvo en unos paños que hago de sacos de harina, que los tiño, y los entrego a la policía discretamente. Me ven pero nadie me dice nada porque, yo pienso, no se atreven. Una vez tuve que pitearme a uno de ellos lamentablemente, no voy a comentar por qué pero le digo, usted quizá me entiende amigo, amigo ¿cómo se llama?


José Evangelio Catrihuanca pa servirle


Don Catrihuanca yo le digo: Hay gente que merece morir. Que tiene que morir. Que su hora ha llegado y que el modo indicado ha sido la ejecución, la más honorable de las ejecuciones oiga. 


No si de que se tienen que morir unos cuantos culiaos es verdá (risas) 


Don Catrihuinca ¿Usted quién piensa que tiene que morir? Así por ejemplo.


(piensa 9 segundos y toma un trago largo de vino) Nooo yo creo que el manco Lucho y que me perdone diosito porque le falta una mano y todo pero el manco Lucho conchesumare tendría que morirse y puta que dan ganar de matarlo al culiao porque es un delincuente culiao no de esos que roba pa comer sino que roba para hacer daño oiga, reculiao grande no má ese aparte que además le pegaba a la señora a la suegra los hijos y hasta los perros los agarraba a patás y andaba gritándole weas a la gente que pasa nooo si el conchesumadre ese ojalá un dia se lo piteen pero no soy de corazón de decirle a usté que lo haga porque tampoco no me meto ná, usté sabe a quien mata a quien no mata pero de que es reconchesumadre ese viejo reculiao puta que lo es.


Por lo que me cuenta, claro que sería posible que alguien quisiera matarlo, igual recomendable que se siga el conducto regular como le dicen y lo denuncien a los pacos y se cumpla ley, yo sinceramente soy partidario de eso don Catrihual, no me gusta eso de que la gente se ande creyendo dueña de hacer justicia y anden cobrando ajustes de cuenta o andar matando gente a sueldo, yo creo en las instituciones aunque no lo crea, amigo. No mato gente porque sean unos conchesumadres necesariamente, a veces resultan serlo y otras veces una lágrima se me cae y se parte en el filo de mi katana oiga. Menos ando haciendo asesinatos a sueldo, yo no soy sicario, amigo, yo he matado a varios sicarios si, pero no necesariamente porque sean sicarios ¿me entiende?


Lo entiendo gancho oiga perfectamente y mándele vino mierda (le sirve una caña hasta arriba, rebosante, botando líquido sobre una manta que anda trayendo) y le cuento sabe gancho yo sinceramente le digo que yo también he tenido que matar pero fue en defensa propia oiga, yo una vez casi me voy pa’l patio de los callaos y eso que ni siquiera era por unos animales míos por último sino que eran de mi patrón de ese tiempo, yo era cauro, yo trabajaba en las cerezas pa’ Pemuco y también cuidando en las noches los campos ahí del mesmo dueño pa que no se roben los animales y ahí llegaron unos cuatreros, hartos cuatreros, yo estaba solo en una ranchita cuidando en la noche los novillos las vaquillas un par de bueyes que tenía el hombrón y se los querían filetear ahí mismo, en vez de llevarse las weás por ultimo las carnes pa’ faenar en la casa pero la hacen ahí mismo los reculiaos y me cacharon que yo estaba ahí con una vela encendía escuchando “El lecherito mexicano” en la radio y no pasé piola, qué iba a pasar piola ahí si yo estaba cuidando y siempre las noches eran tranquilas, más aburrías que otra cosa la wea pero ese día justo andaban esos weones y empezaron a dispararme a mí, rebotaban las balas en la lata de la rancha, tremenda tronaúra que tenían los culiaos, y yo tenía una escopeta grande y con esa me fui pa’ un altito que había ahí, que justo estaba escuro y les apunté a los culiaos y le di a dos, a uno en la pierna y se fue cojeando, los otros culiaos se fueron arrancando y a uno de los culiaos le dí medio a medio en el pecho y me lo pitié, lo maté al culiao y yo no sabía que chucha hago ahora, salí rajando a la rechucha a esconderme, me puse a llorar, lloraaaba, chirreando como caurito chico, de verdad le cuento que me puse a llorar del miedo de no saber qué weá había hecho y esa fue la verdad la primera y última, no salgo ni a cazar, aunque una vez si tuve que salir a empuñar un rifle porque andaban hace poco no sé si se acuerda otros weones robando y ahora si que hartos culiaos, pero ahora tiré un balazo pa’ arriba y salieron cagando todos los culiaos parecían loros los culiaos rajando (risas).


Oiga Catrihue no me diga ná, me dejó pa’ la cagá con lo que me acaba de contar, qué quiere que le diga, y déjeme que le diga, a usted le pasó eso y me entiende bien entonces lo que le quiero decir. Esa persona que usté mató tenía que morir, en este caso no se sabe por qué, pero usted no lo mató porque pensara que tenía que morir sino que para defenderse, o quizá sin pensar no más, pero no andaba usted dando muerte a nadie creyéndose justiciero. 


Noooo yo qué voy a andar en esa wea yo no ando ná con esas cagás yo trabajo en el campo nomá no le hago ná daño a naiden, puro wear nomá con los viejos culiaos ahi meta tomar vino contar chistes escuchar rancheras o bajar con la vieja a pueulo y llevarla a comer alguna cosita oiga, yo soy hombre de bien pue oiga, yo no soi ná asesino como usted, con respeto si, con mucho respeto, a mí me tocó matar esa vez pero usté gancho lo hace como trabajo lo veo aunque ya me dijo que no lo hace ná por encargo pero sí porque tiene que hacerlo por deber y yo no soy quien no soy ni cristo ni diaulo pa decirle algo, aparte que me cae bienazo, buena gente oiga, salucita salú tomando mierda (chocan vasos) ¿cómo es que se llama usté?


No tengo nombre, don Catrihuinca. A todo esto, le he dicho cualquier otra weá, ahora ya no se me olvida más su apellido, don (risas). La verdad, como le digo, no tengo nombre. La primera vez que maté a alguien con esta misma katana, que fue de hecho la primera vez en todo sentido, renuncié a mi nombre. Saqué un tarrito de pintura esa vez y en la espalda del hombre escribí el que era mi nombre, al que di sepultura junto al cuerpo esa vez, esa última vez en que me referí a mí mismo con esas palabras que ya ahora, no le miento, se me olvidaron, o a veces tiro a recordar pero ya con duda ¿me entiende? 


No me diga, gancho


La pura verdá nomá.


(silencio, 6 segundos) Y entonces pa’ cuando hay que llamarlo ¿cómo hay que decirle entonces? (risas) “Oiga.. amigo… oiga… el hombre de la espada larga”, cómo chucha lo hace cuando la gente tiene que ubicarlo por alguna cosa, no sé, eso si se que no se haía visto por acá oiga, mire que va a andar sin nombre, le creo en todo caso gancho porque yo me doy cuenta y de verdad le digo que me doy cuenta que usté es hombre honesto, weno de aéntro, de corazón bueno (comienza a llorar), de mente bien clara también, que reconoce además lo que hace, lo que hizo antes, incluso reconoce que va a seguir matando gente y dele nomá pa’elante y yo rezo por usté pa que diosito entienda el asunto que no es ná tan fácil de entender, le digo con respeto siempre pue amigo, no es ná tan fácil de entender de wenas a primeras pero diosito es grande es justo y quizá también él ha tenido que matar pue, si no le digo que en la santa biblia dice que una vez dios tuvo que matar a todos los animales y todas las personas del mundo menos los que salvaron en el barco de no me acuerdo quien chucha pero ahí murieron todos, dios se piteó a todos los culiaos no má y después hizo el trato de nuevo y les dijo “ya, si dejan la cagá de nuevo ya saen lo que puedo hacer”, mostrando todo su poder diosito así que yo no digo ná cosas en vano ni weas porque quién sabe se enoja el hombre me manda un rayo me parte el tungo la raja la espalda me quema entero quedo pura ceniza nomá ¿quiere otro cigarrito gancho? gancho no más le digo porque no tiene nombre pue (risas). 


Justo en ese momento, se ve en la vera del camino un hombre de mediana edad con boina y manta que orina junto a un cerco mientras su caballo pasta y bebe agua de una acequia muy limpia de plantas rojizas que tiñen su reflejo y le hacen parecer el flujo de acopio de la sangre de los asesinados del mundo, de la historia. Al acercarse, sin embargo, el agua se denota cristalinísima, capaz de tener cualquier color que se le antoje al pintor. Hablando de pintor: El que orina es justamente un pintor. Un poco más hacia adentro, en un pequeño espacio entre árboles justo a una antigua gruta sin virgen, descansa su cuadro y sus utensilios. No se ve el cuadro, pues mira en dirección opuesta a la de quien contempla desde el camino. El samurai cachaña le pidió detenerse por un minuto a Catrihuanca: el deber le llamaba a matar a este hombre que, por cierto, aún no finalizaba su mear. No alcanzó el borracho conductor de la carreta a detener totalmente el vehículo cuando, ágilmente, el samurai cachaña saltó desde su asiento hacia la acequia y, con dos cigarros en la boca, hizo una maniobra con la katana que decapitó inmediatamente al malogrado artista cuyo cuerpo cayó al suelo con el cuello chorreando abundante sangre en todas direcciones y con las manos aún en el pene que, manchado de pintura al óleo negra, roja y amarilla, goteaba aún sus últimas ureas. Luego de ese fugaz momento, el samurai cachaña se limpia de la sangre que le salpicó en la acequia ya mencionada -que se volvió un tantito más roja que antes-, medita unos segundos y luego saca de su morral unas sábanas para envolver el cuerpo, aunque antes escribió sobre el pecho del cadáver el siguiente poema con un plumón, uno que adquirió en una librería de El Carmen:


Tarde necia de hosco noviembre, remito ante tí 

mi pena parida y el riel sin rueda de mi tren sin paz

cortos y largos suspiros maltean la juerga en la melga

melga en que las frutillas acicalan un grito a mi llanto

no bien la murra reciba el gusano amarrado de mi culpa

y que se saque pulpa y pernil silente del juicio en veda

humaredas abiertas, esculturas cerradas, nuevos aires secos

lobos haciendo eco de ladridos mal paridos de perros de lejos

chancho, pasada de salida de cuenta atroz del halo magro y clavel

derrotada hoy está la sutura del bien no hechicero

¿son las tinieblas de cartón O acaso simulacros de aceite de niebla?

poco respiro a estas alturas en que el polvo de ojos raspa y pincha

se hincha el pecho del fluvial rastrero de pelos recios y cuadra ciega

pudridero, sazón de vida, generaciones podridas en el jardín de los cielos


La “O” mayúscula del verso que se pregunta por la naturaleza de las tinieblas coincide con el ombligo del cuerpo descabezado del pintor. El aceitado ritual del cadáver es llevado a cabo por el samurai cachaña mientras, con la carreta detenida, Catrihuanca no mira sino que simplemente fuma mirando hacia adelante. No está feliz ni triste. Menos asustado. Nunca enojado se le ve. Calmado espera. El rabillo de su ojo alcanza a notar el cuadro que está de espaldas al camino. Quedó inconcluso. Se le cae ceniza del cigarro y le quema el pantalón. Le duele un poco pero se sacude rápidamente. No emite sonido alguno. Se cuida de hacerlo para no sobresaltar lo que ocurre tras su carreta. 


Luego de 10 minutos -quizá un poco menos-, el samurai cachaña termina su faena y se sube nuevamente a la carreta, tomando asiento junto a Catrihuanca y sacándole un cigarro de la cajetilla, que ya se va vaciando. En El Carmen compran otra, dice el samurai cachaña. Implícitamente, el portador de la katana -esta vez lavada- espera que el silente carretonero haga partir nuevamente a los caballos, pero ello no ocurre. Luego de 8 segundos, Catrihuanca habla: 


Oiga no vio que pa’llá hay como una pintura una wea así que parece que el hombre estaba pintano antes de venir a mear, a pegarse su última meá (risa nerviosa).


Oiga, tiene toda la razón. 


Silencio. Hacen salud y toman más vino. Como que se tira a curar el samurai cachaña pero no pierde el foco. Catrihuanca va hecho bolsa.


Silencio.


Se bajan ambos al mismo tiempo de la carreta y van a mirar el cuadro. Se pone algo más rojo el atardecer que avanza lenta pero inexorablemente. Llegan al atril y miran el cuadro. 


No lo pueden creer. 


En el cuadro la pintura ya estaba casi lista, prácticamente lista. Una pintura con algo de impresionista, de trazos gruesos, aunque se puede observar con detalle la escena: Un cielo rojo del mismo color que el que les cubre en ese momento, una carreta idéntica a la de Catrihuanca, incluyendo hasta el ganso y la chuica de cebolla en escabeche. Hasta se dio el trabajo de dibujar una cebolla mascada en el costado del asiento que va vacío. Los caballos, también idénticos a los reales, posicionados exactamente de la misma forma. El corcel del finado, por su parte, no aparece. Miran hacia el sitio del suceso Catrihuanca y el samurai cachaña y comprueban que, efectivamente, el animal se ha escapado quizás hacia dónde. El pintor, de hecho, se dibujó a sí mismo decapitado, con las misma boina, la misma indumentaria. La acequia roja a veces y multicolor en otras, exactamente como se repartían esas tonalidades desde el punto de vista del ojo que se sitúa tras el atril en esa misma situación. Están anonadados. No tienen miedo. Curiosidad, difícil saberlo. Estupefacción, sin duda. Se trajeron un cigarro cada uno, por cierto, y lo prendieron en ese momento. El viento lanzó el humo hacia adelante, hacia la escena. Y la distorsión de la imagen que vieron, torcida entre blancos visillos volátiles, también estaba pintada. 


Estuvieron mirando la pintura unos 5 minutos. No dijeron palabra alguna, aunque sí lanzaron varios escupos. Sólo se volvieron a subir y miraron hacia adelante, sin partir de inmediato. Cada uno con su vaso a medio llenar y con la cajetilla ya vacía. Absortos, pesan como el óleo sus cuerpos y su circunstancia. Así, vistos desde adelante, con sus rostros plenos hacia el ojo, se les inmortalizó en otra pintura impresionista: El nieto perdido de Rugendas quiso inmortalizarlos y se presentó con su obra en un festival municipal de arte en Coelemu, pero el jurado lo desestimó. A la profesora de artes no le gustó, porque ella en realidad hace telar y en eso se especializa. Como no se interesa por la pintura, sólo se fija en lo que le interesa y, la verdad, ni se molestó en ponerse los lentes para ver más allá de la borrosa imagen que escrutó. Así, hoy ese cuadro duerme bajo el polvo en los bodegones municipales de tal pueblo, meado por gatos, escondido tras unos muebles podridos, muy antiguos; eran archivos, probablemente, aunque hoy sólo guardan cucarachas. 


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