jueves, 25 de abril de 2024

Parnaso

 PARNASO


Por Antonio Baeza Henríquez "Galgo", escritor bestia, 2020


Hace ya algunos meses que vienen llegando poetas hombres, mujeres e intersexuales a éstas, las ruinas del Oráculo de Delfos en el Monte Parnaso. Se trata de poetas que vienen a ejercer aquí la llamada patria simbólica que les correspondería de acuerdo a lo indicado por la antiquísima tradición. El lugar es un desastre: Latas de cerveza, botellas quebradas de vino y preservativos usados que cuelgan y gotean sobre los pilares rotos de los restos del Templo de Apolo o Delfinion (Δελφίνιoν). Un poco de fiesta y mucho más de desánimo y nihilismo gobiernan discretamente esta ocupación que algo ha dado de hablar a la prensa griega e internacional y que ha traído un par de veces acá a una policía blanda y amable de la cual ya 6 poetas se han desprendido. Se trata de un caos sostenido que a la oficialidad no le quita el sueño y que, de hecho, mantiene al público en aquella específica zona en la que la indignación alcanza para la condena al ver la pantalla del teléfono o la televisión pero no como para tomar acciones directas. Un buen poco de personas apoya desde lejos esta gesta patriótica de la sensibilidad. Los guardaparques decidieron, en reunión sindical, no calentarse la cabeza ante lo que consideran un problema ‘sostenible y autosostenible’. Claro, pues tampoco el desorden es eterno. Tenemos turnos de aseos que funcionan cada día mejor, aunque a veces se nos acumula basura si la vista hacia el valle nos atrapa en el poemar.


Yo no tengo casa y por eso me vine para acá. Mi libreta, algunas mudas de ropa que caben en una mochila de campamento, una carpa personal, un colchón inflable, útiles de aseo al por mayor, una olla, una cocinilla y unos cuantos soquetes de gas son mi equipaje. No traje libros porque me aburrieron todos. Yo vine aquí a escribir. Igual voy a tener que ir a buscar víveres cada cierto tiempo al pueblo cercano de Delfi (Δελφών) y para eso necesito dinero. Suelo no tener mucho pero lo que junto es gracias a que, en esta Grecia que aún persiste en su bello alfabeto, la barrera del idioma no me impide presentar mi infalible base-­para-­rutina de mimo en los semáforos a cambio de monedas. Olvidaba mencionar la pintura de cara para mimo que traigo también en mi inventario de objetos. Me queda poca, así que tendré que reponerla. Hablo de ‘base-­para­-rutina’ porque en realidad siempre improviso sobre una base estable de movimientos y escenas. Me recito un poema internamente y eso me evoca algunas caras que, de acuerdo a lo que he visto, causan impacto en el público contingente compuesto de automovilistas y transeúntes. Ha sido bonito porque incluso se han dignado a aplaudir un par de veces. 

Pienso escribir mucha poesía y ojalá versificada de modo libre y con estrofas larguísimas que exijan pausa al rapsoda para respirar o tomar agua. La emergencia de esas pausas puede ser azarosa en un principio. Luego de varias lecturas, quizás la gente haría una cartografía de tales poemas señalando que algún verso hoy indeterminado sería bueno para parar un poco. Me aterra que la poesía sea dominada por el lector. Prefiero que sea terreno agreste que exija exploración. Quiero que mis poemas sean largos, como dije, y crípticos. He pensado también en poemas cíclicos, como mantras o incluso neumáticos rayados. Explico un poco esa idea: pintar de blanco o algún color parecido un neumático y escribir allí versos que empiecen en alguna zona y vayan tejiendo un anillo que de la vuelta al círculo. La última palabra se toparía con la primera y ello puede ser una conjunción mágica si se procura que haya continuidad de frase entre las dos. Una frase circular sin inicio ni fin. Los recovecos de los dibujos del neumático permitiría que además el hilo de texto de cada verso singular e infinito recorra trayectorias quebradas. Creo en la poesía como creación de nuevos continentes inexplorados y no como un oficio de sastrería en el que se presenta a quién lee un trozo cómodo y asible, a su medida.


Era casi obvio que las y los poetas aquí presentes iban a idear una manera de reinstaurar el Oráculo de Delfos. Lo comenzaron a hacer pues se interesaron por el modo mediante el cual las pitonisas de inspiraban: Algo brota desde una grieta y ello lleva a un trance iluminado que permite acceder al conocimiento de lo privado a los sensorios sobrios. Cuenta Heródoto y sobre todo Diodoro Sículo que esa grieta es el origen del Oráculo. Unos pastores la descubrieron al ver que sus cabras se comportaban de manera muy extraña al acercarse. Uno de ellos ingresó a la grieta y salió en estado psicodélico y constatando en sí mismo la capacidad de ver hacia el futuro cercano, hacia el pasado y hacia el presente desconocido. Se corrió la voz y mucha gente entraba a la grieta buscando vivir lo mismo. No pocos jamás salieron de ella. Ante eso, se instaló un trípode sobre la grieta que permitiera a quien se siente allí entrar en el trance sin riesgo de perderse en la grieta. Dada la valoración, en la Antigua Grecia, de las vírgenes como personajes desprovistas de la contaminación de la vida, se dispuso que ellas fueran las que extrajeran el mensaje del Oráculo. Se les llamó Pitias. La tradición occidental luego acuñó el término "pitonisa" a partir de ellas. Luego de una vez en que un inescrupuloso consultante violó a una de ellas, se dispuso que desde entonces deberían ser mujeres sobre 50 años de edad las que cumplieran la labor de pitias, usando, eso sí, la indumentaria de las vírgenes originales en honor a ellas. El motor del Oráculo era el dios Apolo, el sol mismo, facultativo también de la opulencia y, en una contradicción quizá hasta burlesca, de la poesía. Se pensaba que en invierno no podía hacerse actividad oracular porque Apolo viajaba en esa fecha a la Hiperbórea ­-milenios después, tierra prometida del nazismo esotérico-­ pero, durante el resto del año, se tomaba una cabra y se le vertía agua helada para constatar si tiritaba. Si así pasaba, se consideraba que estaban dadas las condiciones para una consulta. Se ofrecía la cabra en sacrificio. Téngase todo lo anterior presente ahora que retomaré la re­edición del Oráculo por parte de este revoltijo de hedonistas, eruditos, multiartistas, alcohólicos, nihilistas, cuasi­ suicidas -­dos de hecho lo hicieron tirándose por un peñasco hacia atrás; no me ofrecí para ir a buscarlos pero sí para cavar sus tumbas y prepararles pequeñas coronas florales el segundo día de mi estadía-­ y energúmenos irracionalistas.


Cabras andaban en el cerro. Ello permitió que no hubiera problema en contar con ellas para el revival del Oráculo. No se echó agua fría sobre ellas ­menos mal porque me habría opuesto, aunque no sé si podría haberlo evitado­ pero si se les faenó y se les puso a cocinar en fuego lento y con una buena cantidad de humo. Algunos olivos muertos que estaban por allí fueron leña ideal regalada por Apolo a quienes allí esperábamos el amanecer después de tantos siglos de noche. Algo más de la mitad de los hombres y mujeres de poesía traían túnicas blancas desde sus lugares de origen. Otro buen poco andaba desnudo. Yo a veces estaba de mimo y a veces de mochilero, sin mayores pretensiones. Una vez me pinté los labios, quizá el tercer día. No me gustó porque después cuando fumé cáñamo sentí los químicos del labial en el papel ardiendo. Las condiciones para el Oráculo estaban dadas. Una mujer anciana, de jocosa actitud y sombría mirada, fue la primera que se acercó a la grieta. Los demás miramos entre atónitos y morbosos. Yo me tomo una pilsen y atrás dos hombres se sobajean entre sí. Brotan algunos vapores de la grieta. Leí por ahí que la ciencia había descubierto que butano, metano y otros hidrocarburos estaban presentes en tales emisiones. La magia de mata de inmediato con ese tipo de datos malintencionados por parte de la ciencia. Igual bonito saber que los designios vienen de algo similar a jalarse un balón de gas. Así debió haber sido siempre y qué bonito imagino el haberlo vivido por siglos sin saber el spoiler científico. De hecho, igual agradezco el dato porque me quita un poco el miedo a ofrecerme de pitoniso. Lo haré luego si es que no hay una fila de valientes e inspirados, aunque en general la mayoría está ocupado en la juerga. La señora se acercó a la grieta y se sentó en un banquito blanco de supermercado ­de aluminio eso sí, no de plástico, menos mal, o si no hay riesgo de que ceda y la gente caiga y muera allí­ a esperar el designio. Ella llevaba túnica. Se le cubrió con dos más de las mismas. Empezamos a emitir colectivamente un sonido muy grave, similar a lo que hacen los monjes del Himalaya, en una suerte de soporte gregario a la inspiración divina. Comienza a hablar el oráculo por medio de una poetisa con el sistema nervioso ya bastante alterado y de golpe. Así dijo y así se dirá que dijo:


Monos que nacen

Monos todos

Monos que no nacen

Mueren

Transfigurados aspiran a nacer

Nuevamente a nacer 

Transfigurados como la tierra 

Transfigurados como el agua 

Transfigurados como figuras 

Figuras en muros en la noche 

Figuras maltraídas en sombras 

Sombras que transfiguran

Cual si el maestro de sombras chinas

Quisiera aterrorizar a la misma luz

Que es lienzo radiante de sus signos

Signos como figuras en frío

Frenos modestos universales

Cárceles despreciadas pero con jaulas

Parnaso que brilla en cárceles

Luz limitada y canalizada

Terrazas de energía matan hambre

Terrazas de silencio juegan azar

platos servidos a dioses baguales 

Cantos levantados a los baguales 

Cuadernos vacíos baguales 

Cosmos baguales 

Bagual


Se durmió inmediatamente luego de la última palabra. Saqué mi lápiz pasta y traté de anotar un verso, pero no escribió. Tenía tinta pero no bajaba. Aplique sabiduría de eones y froté con mis manos el lápiz pasta haciendo que gire y se caliente. Logré que rayara. Me dispuse a escribir y se me fue la idea y las ganas. Fui a ver a unas chicas griegas ­que no dijeron de dónde venían pero aseguraban ser de cerca del lugar­ que conocí al llegar. Busqué su carpa naranja, la única del campamento. Cuando las encontré, abrí el cierre de la carpa y las hallé haciendo una orgía con un tipo con mucho aspecto de vikingo. Me invitaron. No acepté porque no me nació mucho con la mirada hostil que el escandinavo me lanzó, macho alfa temeroso de que sus genes simbólicos fueran amenazados por un satélite como yo. O quizás incluso quería esparcir por la tierra sus genes materiales. Quizás hasta quiere embarazar a las griegas o no tenga problema con eso. Quise acercarme a la ladera del Parnaso. Sentí ganas de meditar y así lo hice mientras miraba a una pequeña lagartija caminar sobre las rocas como quien da un paseo para fingir escapar de una circunstancia inevitable. Lamento no saber de qué huía el pequeño reptil porque yo me encuentro probablemente muy cerca de la fuente de su pavor. Me afectó un poco la emisión de gases de la grieta del Oráculo. Lo noto porque los colores de la lagartija me parecen extremadamente coincidentes, pintados por un artista con mejor gusto que cualquier humano. El serpentear del reptil pareciera mover levemente, ante mis retinas viscosas, las manchas de pintura que se ven hasta de témpera, cual trabajo de técnico­manual de algún hijo de dioses que presenta cierto talento precoz en la creación de vida. ¿Quién me habrá pintado dentro del útero de mi madre? ¿Cómo acceden allí los artistas que ejecutan los diseños de vida? Son los mismos dioses, creo yo. Residen en nuestras células pues su operar es manifestación de su voluntad. ¿Qué hay de común entre las voluntad de quién me creó a mí y la del ingenioso que pintó tan bonito a esta lagartija? Me he lanzado a descansar en una roca que está muy fría. Junto a ella, en el sitio donde cae mi mano, otra roca está muy caliente, es más rugosa y convive en tierno y frágil matrimonio con una flor que no identifico pues sólo la palpo y no la veo. La brisa me trae algo de hálito alcohólico de algunas poetisas que beben espumante a algunos metros de acá. Vuelve la lagartija. Esta caminando sobre mi y sus patitas están también frías y me hacen cosquillas. Es algo más grande. Creció. Cómo si se hubiera comido un hongo a lo Mario. Sigue creciendo y se alarga. Siento horror pero un horror calmo y placentero. Me entrego a esto. Está entrando por mi ojo. La lagartija se está metiendo a mí y mi percepción de tamaño se modifica, pues estoy igualando dimensiones con el reptil y ahora veo sus colores dentro mío pues, de hecho, ahora estoy mirando hacia mis entrañas. Parece una caverna de gelatinas colorizada con exactamente la misma paleta de colores de la lagartija y con una leve variación incidental en las formas pero con un estilo similar. La lagartija recorre dentro mío haciendo camino con algo de esfuerzo entre mis vísceras. Ahora es transparente. Parece de vidrio. Salgo hacia afuera en visión. Miro la copa de los árboles en una resolución nunca antes vista. Vomito junto a un arbusto de frutos morados que brillan mucho. Su brillo de hecho me hace vomitar de nuevo. Vienen unos matones pelados pegándole patadas a un desafortunado que viene atrapado en una malla, sufriendo de una manera muy similar q una pelota que rebota en los puntapiés de un caminante. Lo bajan al suelo y aumentan la intensidad de su violencia. Se percatan de que estoy allí. Uno de ellos se acerca a mí, toma una piedra y me la lanza en la cabeza con una crueldad que ni siquiera puedo dimensionar, aunque sí identificar como al menos 10.000 veces el monto de mi dolor. El matón me arrastra y me lleva hasta donde el otro malogrado ya se ha acostumbrado al masoquismo involuntario. Nos patean y nos escupen. Nos mean encima. Mi estado psicodélico ha dejado de tender a lo visual y sólo encuentra ahora formas de hacer más rebuscada la experiencia de mi dolor. La humillación se mezcla con los pedazos de tierra, polvo, gravilla y pasto que me estoy comiendo. Increíble la ausencia de fatiga en estos ultraviolentos. Uno de ellos ha empezado a cavar un hoyo. Siguen pegándonos. Cavan, golpean, cavan, golpean. El agujero tiene dos metros de profundidad. Es una tumba. Me arrojaron allí primero sin delicadeza alguna. Ahora arrojaron al otro y su cabeza chocó con la mía al caer, con récord de dolor dentro de todos los dolores que he sentido en este episodio tan desafortunado. Me están enterrando. Me siguen enterrando. Han terminado de enterrarme y me cuesta respirar.



Estaban muy intensas las alucinaciones, pero ya se me pasaron. Un poco de tierra encima mío y un perro jadeante en busca de agua me acompañan. He despertado y estoy acá justo en una ladera cercana a un precipicio, ya en el cono mismo del Monte Parnaso. He logrado pararme. Dudo que haya sido real tal crueldad, aunque me pregunto por qué justo ese contenido mental apareció dentro de muchos otros que se pudieran haber manifestado. Vuelvo caminando con algo de mareo y desorientación hacia el campamento. Está bastante limpio, más que la última vez que lo vi. Un beduino lee y me mira con curiosidad amable. Le levanto la mano de saludo y me convida jachís. Todo el dolor ha pasado. Me dio también unos pancitos súper sabrosos que me han quitado toda hambre y fatiga. Me siento confortable y espacial. Se nos ocurrió la idea de ir a la grieta a vivir el éxtasis poético. La hipótesis del buen árabe respecto al episodio de terror que viví fue la falta de vitaminas a partir de la pésima alimentación que suelen traer quienes recién llegan al Parnaso. Me dio unas tabletas de vitamina C y me propuso ir a buscar naranjas como parte del itinerario hacia el núcleo del Oráculo. He decidido mostrarle algo de mis ideas, aquellas que yacen en cuadernos añejos. Su atención e interés me conmueven: Le llamo amigo. Le mostré mis escritos y dibujos, ­apuntes desordenados, principalmente­ acerca de lo que llamo oráculo de espadas, una suerte de I Ching pero basado en formas distintas. Me explico. Los sistemas oraculares son conjuntos completos que abarcan totalidades explicativas y que pueden ser consultados mediante invocaciones del azar de manera simple ­como lanzar una moneda o dado­ o compleja ­como los hexagramas del I Ching, libro de las mutaciones chino. ­No todos los oráculos son sistemas oraculares; este mismo de Delfos es un ejemplo de los que no lo son­­. Precisamente por ser sistemas de totalidad, soportan el azar, pues el resultado que arroje una consulta va a estar siempre dentro del marco de las respuestas plausibles. En el caso de una moneda, el sistema oracular puede rezar: “La moneda va a caer en una de estas formas: Cara, sello, canto o forma irregular indefinida”. Los sensorios racionalistas dirán: “Es una trampa”. Para hacer juicios racionales, quizás. Pero para entregarse al azar, es colchón de seguridad. Consultar oráculos no es irresponsabilidad si las respuestas posibles son consideradas carne a interpretar por parte de quienes acuden a ello. He de ser responsable de cómo tomo el mensaje. Lugar para embusteros hay en este mundo como en todos los mundos, incluso en aquellos que arrogan pulcritud metodológica. El árabe se mostró de acuerdo. Le conté que el oráculo de espadas lo pensé basado en una esfera cuyos tres ejes ­de arriba a abajo, de izquierda a derecha y de atrás a adelante, similares a los ejes “x”, “y” y “z” del espacio basado en coordenadas­ son considerados espadas clavadas por entes imaginarios que aún no logro definir. Estas espadas dividen en 8 zonas el oráculo. No termino de explicarle la idea cuando llegamos donde quienes parecen ser las líderes innatas de esta concentración poética, unas chicas vestidas de bufones -­me agradó mucho su tenida, por cierto; me inspiran para poder planear una nueva base­-para­-rutina en la que pueda ocupar más clavas y menos cuchillos ardiendo-­ que nos hacen señas. Acudimos. Nos abrazan e inmediatamente, sin mediar voz alguna, comienzan a pasarnos cajas llenas de mercadería. Bolsas de arroz, paquetes de salsa de tomate, aceite, salsa de soya, paté y maní es lo que alcancé a ver. Al lado veo a una joven muy obesa que bebe vino con la boca bajo la llave de un tonel muy grande que reza Tselepos en su lomo. Los colores de su piel son hermosos. Lleva una túnica que muestra en su tela un revoltijo de líneas con la paleta naranja-­gris como guía. Mi amigo se acuesta junto a ella y se acurruca. Se besan con mucha ternura, apenas asomándose el erotismo tal como el sol muestra un pequeño arco de su circunferencia al salir en el horizonte. Muchas y muchos poetas que están alrededor empiezan a gritar celebrando el suceso y tirando preservativos hacia la zona donde los besos comienzan a subir de tono. No quiero molestarles. Agarré un par de profilácticos en el aire -­nunca se sabe si sale algo, sobre todo con una rumana que vive a tres carpas de mí y que toca melódica cual si alguna deidad respirara por sus alvéolos­- y caminé directamente a la grieta del Oráculo. He llegado allí. Me quiero sacar la ropa. No alcanzo a pensar en que quiero hacerlo cuando ya lo hice. Me he pintado los testículos rojos -­hay témpera cada tres metros en la senda principal del campamento poético- y me he posado en una postura parecida a la de la flor del loto sobre el trípode. Comienzo a inhalar el gas, esta vez como protagonista. Mucha gente empieza a mirar entusiasmada; lamento quitarle audiencia a mi amigo y a la hermosa gorda que mantiene coito con él. Las caras empiezan a brillar y desfigurarse. Siento electricidad fluyendo por las rutas interiores de mis nervios y es un árbol lo que el patio trasero de mis ojos ven hacia adentro. Recito:


No venga la viga a quitar la miga

del pan abyecto que nos abraza

No venga la zorra a comer cotorra

tras los sucesos lentos del amar

Aspiro propileno, heno, azúcar moreno

y barchechos viejos helenos

Ausculto en silencio los platos buenos

del correr maltrecho del fileno

visitando parias granujas del odio

visitando gradas ausentes de espera

corte del ojo, corte de las esferas rotas

oráculos, espadas, gases, golpes, palas

tradiciones que cargo en mi espalda

coros de la tusa mal acaramelada

cantos hastiados de jarra brava

corifeos traslagueños de la Manchuria

periradiales del hacinamiento en seco

cartas al Perseo que cerró su persiana

tres eslavas usan clavas de marineras

corren tras las amargas bebederas

melocotones en mosaico duelen menos

ríen cielos, mueren carpas, hay teteras

derroteros de muerte ciega y rastrera

malvaviscos en do mayor y sin pepa

orografía de la grafía de loca geografía

rododendros de los filodendros, adentro

rododendros de los quejidos marsupiales

arcas de tiempo, unión, ballesta y clero

bueyes meseros rara vez comen eterno

rayos en la penumbra niegan el sí

vuela equidistante la regente carmesí

hay cocos y palomas, nada se desploma

no hay tarjeta ni vuelo, punto y coma

Coyoma, Coloma, Colomba, la Mamba

Vas del alma a la mansalva del alba 

Balas, calas, dramas de ala de la mala 

Porciones de calostros en retardo 

coreografías siniestras bajo marañas 

carruajes sin fineza raspan la pendiente 

Murcia de Jaén en el México kawéskar 

eleven dagas de gorda vida bajo lente 

viro regalos a la meca burda del azahar 

diamantes diáfanos del día del diácono 

fonotremas y monotremas cuelan lemas 

hurtan jacieles en nouvelles maltiritas 

urgan la hascrita de la dura hufanista 

gordimirar le barrial harapiento jolesta 

cortianaste oj trabaj aldriján mastriari 

oj trabaj oj trabaj oj mirar oj llorar 

ojar birras, cielo, muertes, puentes, besos

besos, más besos, hasta en los huesos 

dar es mirar y tragar butano en Morelos 

dar mirar Morelos tragar en butano es 

Butano Morelos nos da mirar y tragar 

Trago el mirar el Morelos y doy butano 

Morano el trarar del butelos tramiragas 

Pájaros que picotean sobre mi tez gris 

Morano el trarelo del moragas incagas 

pordioseros del silencio vendido a cuero 

trabajemos y donemos el sueldo entero 

paso la gorra y no hay morra que caiga 

mejor la traiga en la benaiga del careo 

pornoseros bajo cero corretean el miedo 

promotivas galucias harcanean balisedo 

Tortaj bal sinifarar helsijente polfanato 

porfirismo gelifanismo hertebana jaure 

tel je oj trabaj oj trabaj barinar bajurida 

vipilira halrcredi jalfguering huliestes 

brimirar husinatia mauritanistica laire 

benaire benaiga bainiciani holiástices 

benaiga benaiga pue gancho puriendo 

puriendo puriendo coltaito el conejero 

conejero meltrabarero justiciano barto 

telografinisti hundira habalasteríastides 

malaborar telofonía en cuelo cielando

derbenando valifanía en culirísgoni 

del foni viene la duri del comer garis 

del baro del Apolo gartaente melo fiero 

fieros perros doran mate en gartanacia 

mascan jaibas y curran aristas violas 

mascan humedales y lloran sinalefas 

miran hacia el valle y moldean ciencias 

derrotan la indiferencia y ofrecen mesa 

apuntan hacia tus ojos y tú lloras fresas 

comentan en el oído titilante de ladridos 

florecen negros humores de los silbidos 

escucho recuerdos que rebotan ciegos 

en las paredes llovidas del mal abrazo 

y pisarán el campo tachado en brazos

y sembrarán después del día de espinas

y bailarán sobre los brazos caídos e idos

y recitarán cada vez que Apolo duerma

y olvidaremos las doncellas en la berma 

restregarán las putas nuestras togas 

sobre el techo de la choza de tu dormir 


¡Responde, Apolo, ante el clamor sordo 

que se derrite ante tu templo recobrado! 

¡Responde lo que quieras, Apolo, trino 

de corona infinita e insulzo brillo! 

¡Mira las caras de quienes aquí vivimos 

esperando las cañas de tu sagrado vino! 

¡Libéranos del sinsentido, Apolo, trino 

sobre tu campo queremos vivir dignos! 

¡Intercede ante el Olimpo y ante la nada 

por nosotros, granos de insignificancia! 

¡Explica el secreto tras la etrusca letra 

que apenas se hace cargo del ahogo! 

Hazte presente aquí, sobre esta grieta 

al centro de nuestro ardiente círculo 

donde te cobijamos con cojín de pluma 

nuestra pluma, somos aves y eres puma


He terminado de recitar y mi mareo sólo aumenta cada vez más. La verborrea ha absorbido todo contenido visual posible. La comunidad de poetas está en éxtasis. Un silencioso éxtasis, si me permiten acotar. Sus ojos están blancos y muchos ríen con la boca muy abierta aunque sin sonido alguno. No pocos se han transformado en bestias y han corrido al campo a perderse y a comer hojas de árboles ásperos. Algunos se han fusionado y convertido así en otras personas, condensándose en seres nuevos cuyos recuerdos deben ser, imagino, revoltijos muy perturbadores. Una buena cantidad de poetas han entrado por mis oídos luego de volverse líquidos viscosos. Comienzo a ascender. Mi mareo aumenta más, al punto de que sentir una plataforma bajo mi trasero es el único indicador de que el sentido de mi desplazamiento es hacia arriba. Todo da vueltas y decir “en círculos” es simplificar burdamente un garabato del espacio-­tiempo que está siendo rayado groseramente sobre el muro de mi sensibilidad. Cierro los ojos. Cierro los ojos y trazo una esfera imaginaria en el campo de existencia de mi cuerpo. Clavo las tres espadas. Pido al oráculo arreglar la sintonía fina de mi experiencia. Observo.


Estoy sobre la mano de Apolo, quien me mira sin que yo pueda contemplar su rostro de vuelta. Tengo la duda de si pedirle que me coma ­porque si me quiere matar, que al menos mis restos se descompongan en su sagrado estómago­ o si solicitar, a su piedad, que me lance con todas sus fuerzas hasta el sitio de mi casa, por allá lejos de esta Grecia recuperada por las almas de milenios que encontraron cuerpo en viajeras y viajeros que se han perdido voluntariamente en contemplar lo que no se muestra, en saborear lo que no tiene sustancia y en amar aquello que siempre hemos amado y que jamás hemos abrazado. ¡Actúa, Apolo, sobre mi rostro!


No hay comentarios:

Publicar un comentario