viernes, 5 de mayo de 2017

Hongos en Futura-4

HONGOS EN FUTURA-4

Extracto del libro Juan Soto y los Arrieros del Espacio (que será lanzado durante 2017) de Antonio Baeza, E. B. 


Bueno, se trata de experiencias inigualables, de todos los tonos. Aunque nunca ha dejado de ser agradable, más allá de que, de repente, se mezclen sensaciones menos gratas. Se trata de un embutido raro de sentimientos, medio melancólico, pero que toma como plataforma lo bonito, lo que se siente bien. Como que los hongos hacen que tú mismo te recuerdes que todo el vivir se funda en buenas experiencias, en el goce de ser y estar. Incluso, las sensaciones desagradables son parte de la diversidad que nutre eso tan bello que aparece como tal cuando miramos mejor, cuando nuestro ángulo de visión es más amplio. Bueno, además, creo que los hongos son esenciales en el momento actual del Universo, donde domina la quietud y el frío, porque permiten darte cuenta de que somos seres cruciales y necesarios para mantener en movimiento toda la existencia. De hecho, también ese estado te recuerda que la quietud no es absoluta y que, mientras las cosas se mantengan así, la cantidad de movimiento en el Universo seguirá siendo imposible de medir o cuantificar. 

Al consumir Johnny Chinese, por ejemplo –mi preferido, lo sabes-, el Universo te habla. Y no estoy haciendo metáfora; de verdad te habla. Usa una voz media ronca y lenta, pero extrañamente alegre. Mientras te habla, te acaricia con algo semejante a un peluche muy frío, capaz de enderezar cada hueso mal puesto. Son caricias inmensas, como el Universo, a las que cuesta acostumbrarse de primera. Se sienten como shock eléctricos inofensivos. Pero luego, con los minutos, la costumbre y la calma vuelven a la piel. Ahí uno siente la suavidad infinita. La percepción visual se vuelve más lenta y minuciosa. Yo calculo que al menos 2000 veces. Se amplía, de hecho. Los ojos adquieren una lupa que le permite acercar el foco más o menos 1035 veces. De primera es una locura ver más chico y más grande de modo intermitente, irregular e involuntario. Parece un zamarreo. Pero luego, lo mismo que con las caricias: Te acostumbras y, en este caso, tomas el control del enfoque de tus ojos. Así, junto al Universo hemos conversado de los átomos mientras revisamos y limpiamos electrones con un pañito. Es raro, porque la voz se abstrae, se desentiende del hecho de que, al revisar una partícula subatómica, lo estamos revisando a él mismo. De hecho, por un momento me extrañó que el Universo no sintiera pudor por estar observando sus partes elementales. Bueno, todo esto, claro está, está acompañado por una infinidad de seres brillantes y coloridos que aparecen de cierto tamaño frente a tus ojos cuando el enfoque no está alterado –digámosle 1x a ese estado, como las cámaras antiguas sin reconstrucción holográfica- y que, a medida que vamos incrementando el aumento de la lupa, permanecen invariables. Esos seres, de variadas formas y no-formas –dentro de las ‘formas’, aparecen caballos, ardillas, rectángulos, cubos redondos, limones, tazas, camellos, loicas, bustos de yeso, alfombras, pinos, perros, mosquitos multicolores, monedas, OVNIs, libros con dientes, patinetas, pantallas que muestran todas estas cosas y más, tijeras con ojos, personas taladrando, alas delta, lazos, espadas, bolas de acero con moluscos encrustados, policías abriendo puertas, ladrillos eléctricos, árboles moviéndose en círculos, pastillas anticonceptivas guardadas en baúles, flores gaseosas, camiones de bomberos repletos de pingüinos, gatos con armadura y, en realidad, miles de cosas más que no viene al caso mencionar- se retiran o llegan a la visión desde la pequeñez o la inmensidad, usando los círculos concéntricos que definen mi viaje por las magnitudes cual si fueran carreteras. 

Lo anterior, la verdad, es una experiencia tradicional al consumir Johnny Chinese. Al menos yo la considero así. Te puedo contar, en cambio, algo más extremo: Cuando compartí con Ho Hyunguei, ese coreano que realiza grabados afuera de la nave, un honguito de variedad Blue Material Shangri, claramente más nuevo que el insigne Johnny Chinese. El vértigo fue inmediato y brusco, pero no violento. Comenzaron a aparecer, luego de 5 minutos de invariabilidad, caras verdes felices como destellos dirigidos directamente hacia nuestros ojos. Algunas caras sonreían y otras transportaban carcajadas. Algunas pasaban dando besos y otras pegaban lengüetazos. De a poco, a medida que esto aumentaba y el río de caras tomó un caudal majestuoso, miramos hacia arriba y vimos la clásica imagen cristiana de las puertas del Cielo brillando sobre una plataforma de nubes. Pero, ojo, los colores eran otros. Bajaron algunos ángeles con cara de gato y nos convidaron especias en cucharadas. Eran especias comunes: Clavos de olor, paprika, nuez moscada y comino. Pero sus sabores eran distintos y, la verdad, la experiencia fue sinestésica. Sabores azules, rojos, amarillos. Todo clásico, nada fuera de lo común hasta ese momento. El tema es que, luego, esos ángeles cambiaron su cara de gato por una cabeza de algo semejante a un martillo y comenzaron a sacudirnos a mí y al coreano, haciéndonos girar con ellos como eje, cada vez más rápido. Tomamos velocidades galácticas. Vimos los astros como líneas y el Universo entero como un conjunto de rayas. Empezamos a arder en fuego, sintiendo cómo nos quemábamos pero sin desagrado, sino que como si fuera agua que nos incineraba. Era como una ducha caliente, si se quiere. Mientras, el Universo de rayas comenzó a ponerse más liso y brillante, con un aspecto más sabroso. La sinestesia en ese momento ya era total, pero no era lo importante. El tema es que comencé a comerme las galaxias y las estrellas. Unos pocos asteroides con una cajita de leche que los mismos ángeles me guardaron en el bolsillo. Sentí como empecé a engordar, de hecho, de manera exorbitante. Me inflaba como un globo y comencé a brillar con una luz azul eléctrica. Mientras, mi colega Ho se estiró como una gran guirnalda espacial y fue envolviéndome, rodeado de pequeñas versiones de mí mismo, infladas al igual que yo pero con infinidad de diversos colores, que se lo iban comiendo de a poco. Ho se reía mucho, gritándome que sentía cosquillas como nunca antes. Me empezó a pasar lo mismo, pero quienes me comían eran las mismas galaxias y estrellas que estaban dentro de mí. Antes me las comía yo y ahora ellas me comen a mí. No era venganza, sino que una devuelta de mano, más bien. Sentí las mismas cosquillas mientras sonaba una música muy aguda. El mismo Universo que me hablaba con voz ronca cuando comí Johnny Chinese ahora se reía con la voz de un anciano, cuya cara apenas divisé en el borde de mi ojo mientras toda mi visión se cubría de seres comiéndome. Fue especial cuando se comieron mis ojos, porque seguí viendo, pero ahora en varios lugares a la vez. Veía muchos estómagos de astros. Los escuchaba, los palpaba, los olía, los saboreaba, los reflexionaba. Me desintegraron pero sin quitarme el vivir y el sentir. Luego, después de hacer una ronda, estos mismos seres se transformaron en caballos, adornados con una indumentaria similar a las que ocupaban en los tiempos de la Edad Media en la Europa Terrestre, comenzaron a correr en todas direcciones y sobre plataformas situadas en todos lados del espacio, colisionando entre ellos y agrupándose, luego, para vomitar. Nos vomitaron a mí y al coreano. Por un buen rato, ambos flotamos por un espacio blanco, convertidos en un líquido algo asqueroso, desintegrado aún, sintiendo el frío colosal del Universo en cada una de nuestras superficies. Cada gota mía sintió caricias del Universo. Estas caricias, inicialmente heladísimas, fluctuaron luego entre cálidas y frías, tomando, finalmente, una temperatura muy agradable al cuerpo humano: Calculo unos 18° C. Empecé a sentir placer sexual con la interacción con el Universo. Ho es gay y sintió a un gran ser masculino. Yo, heterosexual, sentí a una musa colosal. Todavía siendo vómito multicolor, mantuve un contacto sexual irrepetible con ella, la Universo. Ella se manifestó como es, un ser colectivo. Yo, desmembrado en gotas, también fui colectivo por un rato. Ella me hizo sentir que, como es claro, yo también soy parte de ella y, por cierto, me enseñó que la unión sexual es uno de tantos modos para vivir nuestra naturaleza colectiva, olvidada a veces por lo instrumental que, muchas veces, resulta dividirse en individuos. Tocaba su piel –sacando manitos de cada gota-, suave y viva, llena de agua, bañada de aromas únicos. Escuchaba gemidos estelares, que parecían venir desde el fondo de un agujero negro y, a la vez, de una deseosa garganta seca y tensa. Tuve miles de orgasmos con ella. Ella también conmigo; lo constaté al ver sacudirse a los astros y al presenciar supernovas repentinas y colosales. Luego de todo esto, fumamos un cigarro de polvo estelar y, de un momento a otro, desapareció, dejándonos a mí y a Ho, desmembrados como vómito, en un lugar blanco y cuadriculado. Un lápiz con cara de perro comenzó a anotar mis características y las de Ho. A medida que iba ampliándose la lista, empecé a sentirme más sólido y  estable, más compacto, más unido. Nuestras identidades volvieron a hablarse y, por tanto, volvimos a nuestros estados iniciales: Dos humanos extremadamente entregados al efecto de Blue Material Shangri. Luego de eso, fuimos a almorzar. Habíamos pintado algo increíble. 

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